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I am by nature a dealer in words, and words are the most powerful drug known by humanity. Twitter: @trujielena

domingo, 4 de septiembre de 2016

Intro teaser "La Esencia de todo" by Dharma Films

Míranos, aquí estamos. Dos seres perfectamente imperfectos reencontrados en esta carrera a la que muchos llaman vida y a la que tú y yo nos hemos negado a poner nombre.

Decidimos empezar esta carrera con mucha fuerza, con un spring capaz de dejar sin respiración a cualquiera. Pero no a nosotros. Empezamos a correr sin tener ni siquiera claro en qué condiciones llegaríamos al final, pero supongo que en eso consiste la vida; arriesgar, mantener el equilibrio en el borde que separa la cordura de la locura sin llegar a caer en ella...o sí.


Nunca me cansaré de alcanzarte por muy lejos que parezcas estar. No temo al cansancio ni a la rutina. 

Ni siquiera me da miedo que me falte el aire porque eso, no será más que una señal que me recuerde que estoy vivo. Corriendo. Aquí. A tu lado.


jueves, 14 de julio de 2016

Hoy, voy a vivir

Eran las 00.00 h de la noche y Lucía estaba enfrente del ordenador cotilleando las novedades de Facebook de sus amistades (así las denomina la red social). De fondo, sonaba esa serie de televisión española que un día decidió ver pero que nunca ha conseguido captar su atención. Igual que muchas cosas más en su vida.

Hoy ha sido un día más. Como los otros. Ha trabajado seis horas en ese infernal supermercado. Ha “cerrado caja” con la satisfacción de tener cada uno de los centavos. Y eso es todo. Su única satisfacción. Su único momento de adrenalina del día.

Son muchas las ocasiones en las que piensa en cambiar el rumbo de su vida.

Le gusta imaginar como un día “cerrará caja” en el trabajo sabiendo que es la última vez que lo hará. Le dirá a su encargado que lo deja, que ella no está hecha para eso, que ella está hecha para vivir. Saldrá de aquel lugar que nunca más será su destino sin medir los pasos. Sin un rumbo seguro. Ese día conducirá de camino a casa, pero tomará una ruta diferente. Allí descubrirá nuevos paisajes, olores y sensaciones. Se fijará en aquel restaurante con tanto encanto que tiene la orilla del mar a pocos pasos, y se imaginará cenando allí con velas o sin ellas, pero sabe que no será sola. Ese mismo día, volverá a casa con mucha hambre. Con mucha hambre de comerse el mundo. Cenará junto a sus padres y su hermano pequeño y les informará de su nueva decisión. A partir de hoy, voy a vivir.

Al día siguiente madrugará e iniciará la búsqueda de su futuro. Hará eso que siempre ha querido hacer pero que nunca se ha visto capaz. Estudiará. Primero se sacará el Bachillerato y luego estudiará una carrera. Sí, va a ser veterinaria y ella sabe que lo conseguirá. Conocerá a cientos de personas. Muchos se convertirán en amigos, otros simplemente en conocidos. Bailará hasta el amanecer. Perderá la noción de las horas. Las noches se convertirán en día en solo un parpadeo.

Intentará aprovechar todas las oportunidades que la vida ponga enfrente de ella. Cumplirá su sueño de viajar a un lugar totalmente desconocido para descubrir cosas nuevas día a día. Vivirá durante un tiempo fuera de casa, fuera de su entorno. Aprenderá a valerse por si misma. Limpiará su propia casa, cocinará su propia cena. Llevará los vaqueros y las camisetas sin planchar, como a ella le gusta. Y las Converse sucias, que así son como se llevan.

Conocerá otras culturas. Tendrá amigos de todo el mundo. Descubrirá que las fronteras culturales no existen y que las personas más dispares son a la vez las más parecidas. Hablará otro idioma que no es el suyo. A veces sin saber qué dice, otras haciendo ver que no lo sabe.

Cometerá errores, grandes muy grandes, pero que le harán crecer como persona. Comprobará que los golpes más fuertes y perecederos son los más productivos para el futuro porque son los que definen a la persona.

Conocerá a ese chico. Se enamorará perdidamente y luego llorará por la ruptura. Se dará cuenta de que nada es permanente y de que hay vida después del primer amor. Gozará del placer de sentirse independiente. Aprovechará su soltería. Se sentirá libre. Más libre que nunca. Cuando menos se lo espere, justo en el momento en el que su vida esté más estable, aparecerá él. Entonces se enamorará, pero de verdad. Como en las películas. Comprobará qué se siente al estar enamorada. La pasión, la adrenalina, la rutina, la vida en pareja. La felicidad en pareja.

Será entonces cuando volverá a su casa para presentar a sus madres y a su hermano pequeño, que ya no será tan pequeño,  a su futuro marido. Se casarán en siete meses, justo después de que ella consiga su título de veterinaria. Descubrirá el placer de trabajar de lo que ama. Se despertará por las mañanas con entusiasmo. Mirará a su marido mientras duerme en la cama, desayunará y se irá a trabajar durante todo el día. Pero no le importará. Eso es la felicidad. Amará el placer de tener lo que uno desea. Será en ese momento cuando su marido y ella decidirán tener un bebé para hacerle partícipe de lo maravilloso que es el mundo. Pasará noches en vela sin saber qué es lo que pasa a su bebé. Sufrirá al verle llorar y disfrutará viendo cada una de sus sonrisas. Iniciará todos los días ansiosa por saber qué es lo que su bebé le enseñará de nuevo hoy. Su primera carcajada, su primera palabra, sus primeros pasos. Le verá crecer sin poder hacer nada para pararlo.

Un día caminando por su barrio junto al carro, pasará por  el supermercado. Mirará desde fuera, con disimulo y comprobará que todo sigue igual. Como si el mundo se hubiera parado allí, en su barrio, mientras ella viajaba a una velocidad orbital. Comprenderá que ella es la única capaz de acelerar y parar el mundo. Su mundo.

Abrirá los ojos y terminará su sueño. Cerrará la sesión de Facebook, apagará la televisión y se irá a la cama. Se ha hecho tarde y mañana tiene que abrir el supermercado a las siete y media de la mañana.

Y lo de empezar a vivir, ya lo dejará para otro día.



jueves, 9 de junio de 2016

Páginas en blanco

Lunes 23 de diciembre de 2013

Nunca me había enfrentado a una página en blanco. Esta es mi primera vez. Creo que nunca había hecho algo tan difícil. Por mi cabeza viajan miles de pensamientos y recuerdos que esperan ser plasmados en esta carta, y mi mano tiembla descontroladamente al escribir cada una de estas palabras.

Quizás te preguntes por qué me he decidido a escribirte esto. Por qué diantres ahora decido tocar la puerta de tu casa. La verdad, es que no se por donde empezar.
¿Sabes? Llevo mucho tiempo sin poder dormir. Cada noche, cuando intento desconectar del mundo, mi cabeza se hace siempre la misma pregunta…
¿Cuándo dejó de ser un juego?

Quizás te estés imaginando a la pequeña niña que fui hace ya quince años escribiendo estas líneas. Olvídate de esa idea porque ya no lo soy. Soy una mujer. Hace ya un tiempo que comprendí lo que eso significaba. Una mujer que asume la realidad y la observa desde la primera fila. Una mujer que está al tanto de todo lo que sucede a su alrededor, ya no solo para protegerse a si misma, sino para cuidar de toda la gente que le importa. Ahora que ya he aprendido a hablar perfectamente se cuándo utilizar cada palabra y cómo. Ahora que se andar he de caminar siempre hacia delante y sin tambalearme. Sin embargo, tu recuerdo me hace caer una y otra vez. El mirar hacia atrás me hace perder el equilibrio. Esa es la razón por la que he decidido escribirte hoy.

Ayer mi hija, y también tu nieta, pronunció su primera palabra; “Papá”. Así es como solía llamarte yo a ti… ¿Lo recuerdas? Para mí un padre es protección, apoyo, fidelidad. Es un hombro al que siempre puedes ir a llorar. Una ayuda permanente. Un amor incondicional.  Contigo aprendí a gatear, a dar mis primeros pasos, a pronunciar las primeras palabras. Junto a ti y a mamá viví momentos maravillosos.

Si en aquel momento de mi vida me hubieran preguntado cómo era mi infancia, sin duda alguna hubiera respondido que  “perfecta”. Mi madre trabajaba como enfermera en un hospital cerca de casa y gracias a ella nuestros ingresos eran buenos. Mi padre era fontanero. Me daban todo lo que quería, menos una hermanita… y mira que estuve mucho tiempo pidiéndola.
Las tardes las pasaba mayormente con mi padre, ya que mamá trabajaba. Él me recogía del colegio con la merienda preparada. Dos días a la semana me llevaba a la clase de ballet y el resto de días,  solíamos ir al parque donde solía intercambiar cartas de olor con mis amigas.  Luego llegábamos a casa, me duchaba y  esperábamos a mamá viendo la tele. El resto, tú ya lo sabes…Efectivamente, no era consciente de lo que sucedía. “Sólo es un juego”, repetías. Lo tenías fácil, muy fácil.


Durante los primeros años desahogaba toda mi rabia en el colegio. Mi actitud cambió radicalmente y así se lo hicieron saber a mamá en varios reuniones con mi tutora. Los primeros años quise hacer culpable a mamá de lo que sucedía. ¿Cómo no se puede dar cuenta? Pensaba… Luego comprendí que quizás también ella estaba cegada por tus encantos de marido y de padre perfecto. Algo por supuesto, que no eras, aunque sí te gustaba aparentar.

Estuve más de tres años, por lo menos esa es la época de mi infancia que más recuerdo, guardando ese secreto que nos unía. Un día me sentasteis en el sofá del comedor y me dijisteis que me ibais a dar la mejor noticia de mi vida. Por fin, iba a tener el regalo que siempre había querido: un hermanita.
Ese fue el momento en el que comprendí que el juego se había acabado. No sabía si lo que hacía papá estaba bien o estaba mal, pero lo que sí que sabía es que eso no se lo iba a hacer a mi hermana. No lo podía permitir por nada del mundo. Así se lo hice saber a mamá. Aun puedo sentir sus lágrimas recorriendo mis brazos mientras me abrazaba. Ese día fue el último que te vi. Cogimos las maletas y nos fuimos. Para siempre.

Tú no rechistaste. Asumiste la realidad y te diste cuenta de que habías perdido tu vida. Se que me querías, eso no lo dudo, y quizás todo lo que tuvieras fuera un problema. Nunca te he perdonado. Permíteme el derecho a no hacerlo. Rompiste mi infancia y una familia. Rompiste el corazón de una mujer enamorada que esperaba a su segunda hija. Lo peor de todo es que pusiste en cuestión el papel de una madre.

Ahora que yo tengo una hija he aprendido todo lo que sufrió mamá todo aquel tiempo. La impotencia que sintió al darse cuenta de todo lo que había estado permitiendo. Todo el daño que le hicieron a su hija. Se que ella aún se siente responsable de aquel hecho y esa es la primera premisa por la que mi corazón no asume el olvido.

A día de hoy me considero una mujer muy fuerte. Mamá me ha enseñado cuán importante es mantenerse firme para sostener los muros de nuestra vida. Creías ser más fuerte que nosotras y no sabes lo equivocado que estabas… Al final el débil has resultado ser tú.

Ni siquiera se si voy a ser capaz de enviar esta carta. Pero ahora mismo me siento mucho mejor. Mi mano ya no tiembla al escribir estas palabras. Si algo tengo claro, es que el juego ya ha terminado.

Soraya

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Miércoles 8 de enero de 2014
San Juan de Moró

Hola, hija

Recibir esta carta ha sido lo mejor que me ha pasado en estos quince años, en la que más absoluta soledad y tristeza se ha apoderado de mi vida. Me alegra que el  haber escrito esas palabras te hayan servido para desahogar tu rabia y  odio hacia mí. También me alegra que te decidieras a mandármela. Gracias.


Muchas veces he imaginado como sería el día, si es que llegaba, en el que me pedirías explicaciones. Soñaba con que aparecieras en mi casa, tocaras mi puerta y accedieras a hablar conmigo. Pero una carta es más que suficiente. No me merezco ni eso.

Me has planteado la pregunta más difícil que me han hecho nunca. ¿Cuándo dejó de ser un juego? Llevo más de dos semanas, desde que recibí la carta, pensando una  respuesta. Creo que no la tengo. Nunca la tendré. Un día dejé de verte como una niña y aún no se por qué.


Hice cosas terribles, imperdonables. Abusé de ti. De tu inocencia, dulzura y confianza hacia un padre. Te convencí de que todo era un juego para hacerme ver a mi mismo que no estaba enfermo. Que no era un puto pederasta amargado dispuesto a arruinar la infancia de mi hija, lo que más quería en este mundo. Lo que más quiero en este mundo.

Me doy asco a mi mismo.

¿Cómo diantres fui capaz de hacerlo? Arrebatar tu inocencia y dulzura porqué sí. Porque a mi me apetecía. No sólo te hice daño a ti, sino que tuve el valor de herir profundamente a tu madre,  el amor de mis sueños. La engañé y manipulé a mis anchas. Arruiné su vida de la noche a la mañana.

Durante ocho años te protegí, te apoyé, te fui fiel. Fui un hombro al que te podías apoyar para llorar. Te di mi amor eterno e incondicional. Contigo aprendí a ser padre, a ser responsable, a apreciar la belleza de los pequeños momentos. Junto a ti y a mamá viví la época más feliz de mi existencia. Por favor, nunca olvides esos ocho años en los que fui realmente un padre, en los que mi única misión era hacerte feliz.

Hoy me he enterado que aun lejos de vosotras, sigo teniendo un efecto negativo en vuestro día a día. También he descubierto que soy abuelo. Qué sensación más extraña.
Me hubiera gustado saber como está mi hija pequeña, a la que mamá y yo queríamos llamar Lucía. Ni si quiera se como se llama…Ni si quiera se como es. Solo se que es una afortunada por no haberme conocido.


Sigo preguntándome todos los días el porqué, cuál fue la absurda razón me llevó a convertirme en ese monstruo. Vivo en la más mísera oscuridad. Hace diez años que no me miro al espejo porque no reconozco a esa persona que aparece reflejada. Ni si quiera se quien soy. Ya no hay sueños, ni colores. Hace mucho tiempo que perdí la esperanza de convertirme en una persona normal.

Se que nunca tendré tu perdón aunque no perderé la oportunidad de decirte que lo siento. Lo siento. Daría lo que fuera por dar marcha atrás y caminar junto a ti de la mano a la salida del colegio.

Nunca vas a leer esta carta.
Es el único consuelo que me queda.
Que me olvides para siempre.

Atentamente,
Tu padre.


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Viernes 14 de marzo de 2014
Grau de Gandía

Allá voy. Natalia, mi psicóloga, lleva mucho tiempo diciéndome que  una de las mejores formas de desahogar mi amargura es plasmando mis sentimientos en un trozo de papel. Lo voy a intentar, aunque no soy muy buena con esto de las palabras.

No sé por donde empezar. Quizás por un perdón. Sí. Perdóname mi vida, mi pequeña.
¿Qué clase de madre fui? ¿Qué clase de madre he sido? Me hubiera gustado decirte esto hace tanto tiempo…

Me costó muchísimo tiempo asumir lo que estaba sucediendo. O mejor dicho, lo que había sucedido mientras yo estaba “tan” ocupada con mi trabajo. No recuerdo exactamente en qué momento la ceguera entró en mi vida. Fui tan incrédula. Creía ver perfectamente el mundo. Para mi todo eran colores vivos. Felicidad y alegría. Ni un solo gris, ni siquiera colores mates.



La realidad era muy oscura, tanto, que daba miedo. Quizás esa fuera la razón por la que tardé tanto tiempo en poner un pie en ella.

Estaba orgullosa de mi vida. Había encontrado al amor de mi vida y juntos habíamos creado la criatura más bella que jamás pude haber imaginado. ¿Sabes? Aún recuerdo el  día el que te pusieron en mis brazos en el hospital. Cuando tus pequeños ojos grises me miraron, supe que serías mía para siempre y que yo sería tuya. Siempre tuya.

Papá y yo teníamos trabajo e intentamos que tuvieras la mejor vida posible. Me encantaba mimarte. Si mi corazón hubiera mandando te hubiera comprado todo lo que me pedías en cada momento, aunque la razón de una “mamá” siempre dicta que no hay que dar todos los caprichos a los hijos. Una forma de educar, supongo.

Eras una niña alegre y habladora. Mucho. Por eso enseguida me di cuenta de que te pasaba algo. Ese pequeño saltamontes que revoloteaba siempre por casa, de repente, pasó a encerrarse en su habitación día y noche sin razón alguna. Mis preocupaciones crecieron cuando tu tutora me llamó para concertar una cita conmigo. Tú actitud había llegado a las aulas y también había tenido influencia en los resultados académicos.

Cariño mío, qué estúpida fui. ¿Qué más señales me podías dar? Te prometo que pensé de todo. Intenté averiguar a través de tus profesores cómo eran tus amistades. También te hice decenas de controles rutinarios en el médico por si se trataba de algo físico. Nada.

“Tu padre”, por llamarlo de alguna forma, no encontraba nada raro en tu actitud. “Estará madurando”, me decía. Yo dudaba mucho que una niña con nueve años pudiera madurar a un ritmo tan rápido.

Mientras yo pasaba noches en vela pensando qué podía pasar por tu pequeñita cabecita, él dormía. Así día tras día. No te lo voy a negar, su tranquilidad me llevó a pensar tras el paso de los meses, que esta sería una época más de la vida y que significaba que estabas cambiando. Te habías cansado de saltar en nuestra enorme cama, de bailar en la cocina mientras yo cocinaba, de jugar y de ver la tele. Te habías cansado de ser una niña.


Un día, tu “padre” tuvo una genial idea. “Tendremos otro bebé”. De este modo, me convencía, “habrá otro renacuajo dándonos alegría mientras vemos como nuestra pequeña se va convirtiendo en una mujer”. ¿Por qué no? Pensé. Me encantaban los niños y sabía que mi pequeña deseaba tener una hermanita o hermanito desde hacía muchos años. “Quizás eso le anime y le de más vida”. Pensé.

Aún puedo ver el miedo reflejado en tus ojos el día en el que te sentamos en el sofá del comedor. Te cogí de la mano y te lo dije. Ibas a tener una hermanita. Nunca en mi vida voy a olvidar la mirada que me lanzaste como una bala. Impactó directamente en mi corazón. Noté primero como nuestras manos empezaban a sudar, y luego, como los temblores invadieron tu cuerpo. Te abracé con todas mis fuerzas. “Estás nerviosa porque es lo que llevas esperando tanto tiempo cariño”, te susurré al oído. Mientras, yo me repetía a mi misma que no era verdad. Algo estaba pasando.

En cuanto él salió por la puerta de casa para ir a trabajar, te abracé con todas mis fuerzas. Empezamos a llorar, momentáneamente, creando la más amarga melodía. Te separé de mis brazos, te miré y asentí con la cabeza. Era el momento. Tenías que contar a la mamá lo que estaba pasando.
Nunca he podido olvidar esas palabras. Fueron las más duras que he escuchado en mi vida. El odio se apoderó de mi cuerpo y entonces fui yo la que empezó a temblar. Debía controlar mis impulsos, así que sin darle mayor importancia, te hice recoger tus cosas del armario mientras yo me hacía la maleta. Iríamos unos días a casa de los abuelos para que te recuperaras. Eso mismo te dije. No quería que te asustaras más.

Era un viaje sin vuelta. Emprendimos una aventura hacia la más absoluta oscuridad. Qué equivocada estaba, de nuevo. Aquel siete de agosto, sólo había verdes,  amarillos, rojos,  azules celestes…Y un blanco inmenso en el cielo. El de la libertad.

Perdóname.

Siempre tuya.

La mama.













viernes, 27 de mayo de 2016

Y entonces, encendió la luz

Cuando su mundo parecía estar apagado, ella encendió la luz.

No fue una decisión nada fácil. Ella llevaba tanto tiempo ahogada en la oscuridad que se acostumbró a ese color negro. Sus ojos atisbaban una realidad que ella creaba con su mente. En muchos momentos creyó tener claro que ese era su destino y que ese sería el camino a la más absoluta felicidad, pero ese pensamiento perdía fuerza en muchas ocasiones. Había una imagen que no podía llegar a descifrar nunca a través de su mente. Era la silueta de una persona que unos años atrás parecía ser ella y que de repente, perdió la identidad. No sabía quién era y no sabía la fuerza de su ser. No era consciente de que ella podía brillar más que nadie y de que su luz iluminaría el mundo.

Un día, decidió hacerlo. Puede que fuera por el cansancio, por la monotonía o quizás fuera por su ansia infinita de libertad. Lo hizo. Encendió la luz y se cegó, pero de una manera completamente distinta. La luz  le impactó directamente al rostro y le mostró una nueva realidad que hasta entonces desconocía. En ese mundo había colores, había sensaciones. Allí las sombras correspondían a personas y las personas eran fuentes de energía y felicidad. Cuando miraba al frente ya no veía un pasado oscuro,  sino un sendero repleto de caminos y unas piernas fuertes que le permitirían conquistar el mundo. Sin ataduras. Sin miedos. Sin pasado. Solo futuro. Cuando se miraba al espejo ya no veía el reflejo de un ayer sino la imagen de un mañana. Su “yo” más puro y verdadero. La persona que ella siempre había deseado ser.

Se armó de valor y empezó a dar los primeros pasos en este nuevo mundo soleado. Al principio el miedo le tambaleaba pero consiguió mantener el equilibrio. Fue en ese momento cuando empezó a distinguir con claridad a todas las personas que le habían acompañado durante su vida. Comprendió que su familia nunca fue una sombra y que existían amistades que traspasaban mundos.

En ocasiones, seguía teniendo miedo. Le aterraba cerrar los ojos porque esa sensación parecía devolverle a un mundo al que nunca debió haber correspondido. Pronto comprendió que esa oscuridad podía desaparecer de inmediato. Solo le bastaba con abrir los ojos para poder ver la realidad con todos sus colores. Para mirarse en el espejo y ver el reflejo de la joven que siempre había soñado ser y que ahora sería.

Comprendió que solo ella tenía la llave de su mañana y que sus decisiones serían la pluma con la que escribiría su destino.

Y entonces, cuando su mundo parecía estar apagado ella encendió la luz.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Punto y final

Elena Trujillo

No hay peor despertar que el que se hace sin la luz del día deslumbrando nuestros ojos. Despertarse sin un amanecer aunque sea en la lejanía, es como avanzar en una línea de tiempo sin mover un solo paso del suelo. Como ver caer las hojas de un calendario que da paso a las diferentes estaciones del año mientras tú, sigues al abrigo de tu desconsuelo.

Todo en la vida tiene un punto y final y va precedido de un nuevo día. Sin puntos y a parte la vida no sería más que la repetición continua de una rutina infinita. Vivir significa subir a trenes y bajar en diferentes estaciones. Conocer cada día a nuevas personas que conformen una parte más de nuestro ser. Caer para después levantarnos. Empezar libros y no acabarlos. Despertar de los sueños más maravillosos. Vivir.

Muchas veces nos empeñamos en convertir nuestra vida en un laberinto infinito y todo, por ir cogidos de la mano del ayer. Un ayer que confunde nuestros pasos. Esa persona que aparece junto a nosotros en el reflejo de un espejo y gracias a la cual somos lo que somos, pero nunca más seremos.

Todo laberinto tiene su salida y la responsabilidad de encontrarla reside en nosotros. Lo único que tenemos que hacer es soltar de la mano a ese ayer que no nos deja fijar la mirada en el hoy. Recordemos que somos autosuficientes y que nos sobra una mano con la que podemos abrazarnos bien fuerte. Nunca olvidemos que no hay mejor compañero de viaje que nosotros mismos porque solo nosotros sabemos en qué momento parar para coger fuerzas.

La llave del retorno es nuestra. Debemos dibujar nuevas rutas, debemos colorear nuestros propios amaneceres.  Lo único que necesitamos es tiempo. Tiempo para caminar sin tambalearnos, sin echar la vista hacia atrás. Un tiempo que en algún momento puede parecer eterno pero que nunca lo es. Recordemos que los segundos pasan aunque nuestra vida parezca estar parada.

Un día amanecerás con un sol deslumbrante que te hará ver la vida con otros colores. Esa luz procederá de un final, la salida del laberinto en el que tanto tiempo llevas perdido.  Ese será el primer día en el que podrás dar dos pasos hacia atrás, pero no te equivoques, eso solo será para coger carrerilla hacia delante.

Porque no existen túneles sin salidas. Ni películas sin finales, Porque hasta las historias más intensas van precedidas de eso. Un punto y final.



miércoles, 27 de noviembre de 2013

Mi vacío eras tú

Hay algo dentro de mí que suena hueco. Una parte de mi ser incompleta. Tengo la sensación de tenerlo todo y a la vez de no tener nada. Malditas contradicciones. Me falta algo…

Siempre he sido feliz o por lo menos siempre he creído tener ese sentimiento.

Soy una persona muy popular. Tengo tantísimos amigos que ni siquiera los conozco.
Llamo la atención. Mis padres siempre me recuerdan que he heredado los rasgos exóticos de mi abuela, que aun siendo una fría ciudadana checa, desprendía un extraño calor y aroma español. Estoy seguro de mi mismo. Sí, quizás esa sea la razón por la que camino  con paso firme siempre. Dejo huella. Me arriesgo y caigo, pero me levanto y sigo mi camino.

Soy una persona extrovertida. Un minuto a mi lado puede ser suficiente para que te fascinen mis pensamientos o creencias, o para que pienses que estoy loco. Soy transparente y sincero. No me preguntes si no quieres que te conteste. Soy honesto. Confío en la verdad.

Amo la reciprocidad. No doy con el afán de recibir pero me gusta jugar al frontón. El efecto rebote. Me gusta mirar a los ojos y que me miren; a los ojos. No te fijes en mi apariencia, son solo ropajes. Mi yo está por dentro. 

Las personas que me miran, no me hablan. Las que me hablan, no están a mi lado en los momentos de decadencia. Tampoco en los felices. Todo el mundo cree conocerme cuando lo real es que no me conozco ni yo.

Todo ha cambiado ahora. Todo gracias a ti. Los sentimientos que viajaban en el andén de mi corazón ahora han sido liberados, se han puesto sus gafas de sol polarizadas y pueden mirar directamente al sol. Gracias a ti, he descubierto cuál era la pieza del puzzle que me faltaba. El “qué” con el que rellenar ese vacío.

Lo supe el primer día que te vi. Decidí entrar a esa tienda a la que nunca había entrado a comprar un regalo. Tú estabas detrás de aquel mostrador. Te pagué con tarjeta y me pediste el documento de identidad. Rutinas de seguridad. Ni si quiera me habías dirigido la mirada. Fue entonces cuando lo hiciste. Examinaste mi DNI y luego me miraste a mí, como hacen todos, siempre.  De repente, algo pasó. Bajaste la mirada, hasta la altura de mis ojos y esbozaste una gran sonrisa para decirme,  “¿Es que nadie te ha dicho que llevas un colador en la cabeza?”.

Tú, llenaste el vacío de mi vida con algo tan simple y a la vez tan complejo; el amor más sincero. 

Hannah, ¿Te casarías conmigo?






miércoles, 3 de julio de 2013

No olvides nunca lo que eres


 Puedes viajar al lugar más inhóspito del mundo y empezar una nueva vida pero nunca olvides tu hogar. La panadería en la que siempre has comprado, los vecinos a los que siempre has saludado. A ese tipo raro que se sentaba siempre en una esquina o a la señora que siempre te paraba a hablar en la calle y de la que nunca has sabido su nombre.





Puedes aprender idiomas nuevos pero nunca olvides ese dialecto indefinible de tu pueblo. Ese valenciano con castellanismos. Ese “mone va”. Ese i  avant”. Esas palabras que solo tú y los tuyos podéis descifrar.

Puedes probar comidas exóticas procedentes de otros lugares, pero nunca olvides la paella de tu padre de los domingos. El olor a coliflor de tu casa cuando tu madre se ponía “manos a la obra”. La sopa hirviendo que te ponían en la mesa en los días más calurosos de verano. La tortilla de patata con 10 huevos.




Puedes comprarte un apartamento adosado al lado de la playa con diseño “pin up”, pero nunca olvides tu casa. El olor de tu habitación. Los pósters de tus ídolos de la infancia que ahora te avergüenzan. Los peluches que reposan en tu cama y que dejabas en el escritorio todas las noches a la hora de dormir.

Puedes conocer a millones de personas que completen el puzzle de tu vida, pero nunca olvides a tus amigos de toda la vida. A esos con los que quedabas para jugar a fútbol al parque. A esas amigas con las que intercambiabas cartas de olor todas las tardes. A todos aquellos con los que has construido cabañas en el monte. A los que te las han destrozado. A las amigas con las que entraste en la primera discoteca. Con las que has disfrutado de tu juventud. De los botellones. De los primeros amores. De la vida.














Puedes ser independiente, valerte por ti misma, pero nunca olvides a tu familia. Las personas que te han dado la vida y que te han enseñado a ser feliz. A ser lo que eres. A los abuelos que te daban dinero a escondidas para comprarte chucherías. A esa abuela que te tapaba por las noches y que siempre te cocinaba tu plato favorito. El olor de tu madre. Los ronquidos de tu padre. Las disputas con tus hermanos mayores y también con los pequeños.



Puedes trabajar en un supermercado, en una óptica o en una tienda de ropa, pero nunca olvides tu sueño. Nunca olvides lo que has querido ser desde pequeña. Por lo que has luchado toda tu vida. Nunca te canses de pelear por lo que deseas y recuerda que siempre estamos a tiempo de cambiar la ruta de nuestro viaje. Si eres enfermero y no puedes trabajar de ello, ayuda a la gente de tu alrededor. Cura a los que más lo necesitan. Si eres maestro/a en el paro, educa a tus sobrinos, hijos o amigos. Enséñales cuán importante es aprender cada día de la vida. 

Si eres periodista nunca dejes de escribir. De comunicar.
De transmitir esperanza.
De demostrar el poder que tienen las palabras.
De hacer lo que amas.
De ser lo que eres.



Elena Trujillo