Puedes
viajar al lugar más inhóspito del mundo y empezar una nueva vida pero nunca
olvides tu hogar. La panadería en la que siempre has comprado, los vecinos a
los que siempre has saludado. A ese tipo raro que se sentaba siempre en una
esquina o a la señora que siempre te paraba a hablar en la calle y de la que
nunca has sabido su nombre.
Puedes
aprender idiomas nuevos pero nunca olvides ese dialecto indefinible de tu
pueblo. Ese valenciano con castellanismos. Ese “mone va”. Ese i avant”. Esas
palabras que solo tú y los tuyos podéis descifrar.
Puedes
probar comidas exóticas procedentes de otros lugares, pero nunca olvides la
paella de tu padre de los domingos. El olor a coliflor de tu casa cuando tu
madre se ponía “manos a la obra”. La sopa hirviendo que te ponían en la mesa en
los días más calurosos de verano. La tortilla de patata con 10 huevos.
Puedes
comprarte un apartamento adosado al lado de la playa con diseño “pin up”, pero
nunca olvides tu casa. El olor de tu habitación. Los pósters de tus ídolos de
la infancia que ahora te avergüenzan. Los peluches que reposan en tu cama y que
dejabas en el escritorio todas las noches a la hora de dormir.
Puedes
conocer a millones de personas que completen el puzzle de tu vida, pero nunca
olvides a tus amigos de toda la vida. A esos con los que quedabas para jugar a
fútbol al parque. A esas amigas con las que intercambiabas cartas de olor todas
las tardes. A todos aquellos con los que has construido cabañas en el monte. A
los que te las han destrozado. A las amigas con las que entraste en la primera
discoteca. Con las que has disfrutado de tu juventud. De los botellones. De los
primeros amores. De la vida.
Puedes ser independiente, valerte por ti misma, pero nunca olvides a tu familia. Las personas que te han dado la vida y que te han enseñado a ser feliz. A ser lo que eres. A los abuelos que te daban dinero a escondidas para comprarte chucherías. A esa abuela que te tapaba por las noches y que siempre te cocinaba tu plato favorito. El olor de tu madre. Los ronquidos de tu padre. Las disputas con tus hermanos mayores y también con los pequeños.
Puedes
trabajar en un supermercado, en una óptica o en una tienda de ropa, pero nunca
olvides tu sueño. Nunca olvides lo que has querido ser desde pequeña. Por lo
que has luchado toda tu vida. Nunca te canses de pelear por lo que deseas y
recuerda que siempre estamos a tiempo de cambiar la ruta de nuestro viaje. Si
eres enfermero y no puedes trabajar de ello, ayuda a la gente de tu alrededor.
Cura a los que más lo necesitan. Si eres maestro/a en el paro, educa a tus
sobrinos, hijos o amigos. Enséñales cuán importante es aprender cada día de la
vida.
Si eres
periodista nunca dejes de escribir. De comunicar.
De
transmitir esperanza.
De
demostrar el poder que tienen las palabras.
De
hacer lo que amas.
De ser
lo que eres.
Elena
Trujillo
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