Cuando su mundo parecía estar
apagado, ella encendió la luz.
No fue una decisión nada fácil. Ella
llevaba tanto tiempo ahogada en la oscuridad que se acostumbró a ese color
negro. Sus ojos atisbaban una realidad que ella creaba con su mente. En muchos
momentos creyó tener claro que ese era su destino y que ese sería el camino a
la más absoluta felicidad, pero ese pensamiento perdía fuerza en muchas
ocasiones. Había una imagen que no podía llegar a descifrar nunca a través de
su mente. Era la silueta de una persona que unos años atrás parecía ser ella y
que de repente, perdió la identidad. No sabía quién era y no sabía la fuerza de
su ser. No era consciente de que ella podía brillar más que nadie y de que su
luz iluminaría el mundo.
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Se armó de valor y empezó a dar
los primeros pasos en este nuevo mundo soleado. Al principio el miedo le
tambaleaba pero consiguió mantener el equilibrio. Fue en ese momento cuando
empezó a distinguir con claridad a todas las personas que le habían acompañado
durante su vida. Comprendió que su familia nunca fue una sombra y que existían
amistades que traspasaban mundos.
En ocasiones, seguía teniendo
miedo. Le aterraba cerrar los ojos porque esa sensación parecía devolverle a un
mundo al que nunca debió haber correspondido. Pronto comprendió que esa
oscuridad podía desaparecer de inmediato. Solo le bastaba con abrir los ojos
para poder ver la realidad con todos sus colores. Para mirarse en el espejo y
ver el reflejo de la joven que siempre había soñado ser y que ahora sería.
Comprendió que solo ella tenía
la llave de su mañana y que sus decisiones serían la pluma con la que
escribiría su destino.
Y entonces, cuando su mundo
parecía estar apagado ella encendió la luz.